Mis conversaciones con la vecina

El local de mi consulta se encuentra en un bajo, justo pegando a la puerta del portal del bloque de viviendas, con lo cual, es frecuente escuchar gente entrando y saliendo. Acostumbro, siempre que puedo, a salir a media mañana a tomar un café a la puerta del local, me gusta que me de el aire un rato, así me despejo y descanso un poco de la calefacción o aire acondicionado. Esto me da la oportunidad de ver pasar a mucha gente, pues muy cerca se encuentra el centro de salud, y de encontrarme con frecuencia con los vecinos del bloque. Al principio, no conocía las caras, todo el mundo era nuevo para mí, y poco a poco voy asociando algunos rostros con nombres… salvo uno, el caso de una señora que vive en el bloque, que, desde el primer momento, cuando el local aún estaba en obras, se interesó por el negocio, por mi trabajo… deseándome mucha suerte desde el principio. Es Antonia, una señora de avanzada edad que va para arriba y para abajo, siempre en movimiento, con su bastón, luchando contra el paso del tiempo para ganarle el pulso. Me encanta estar disfrutando mis 5 minutos de café, encontrarme con caras ya conocidas y darles los buenos días con una sonrisa, aunque sepa de antemano que va a ser un día durísimo, o va a caer “agua chuzos”, como decimos aquí, porque sinceramente pienso que recibimos lo que damos, por lo tanto, regalo sonrisas! Eso me hace sentir parte del lugar, me gusta esa sensación de familiaridad. Pero muchas veces la cosa no se queda en un simple “Buenos días”, por ejemplo, en el caso de Antonia, no es raro que se pare un rato a charlar conmigo, siempre tiene palabras agradables para mí, un aliento de ánimo, que me alegra mucho. A veces me cuenta sus dolores, sus pasos por el médico, sus pruebas que le mandan pero nunca la citan, sus operaciones… es lo más normal, soy fisioterapeuta. A veces intento aconsejarle, y animarla a ella. A veces, cuando tiene más prisa, simplemente me habla en un tono más alto, desde la puerta ¡Niñaaa, ¿cómo va la cosa? ¡¡¡Ay hija a ver si tienes suerte!!! A veces hablamos de la situación económica del país, hay que ver, con lo malita que está la cosa, a ver si conseguimos salir adelante con tanto mangante suelto. A veces me cuenta cosas de su familia, de donde proviene, a qué se ha dedicado toda su vida, hay que decirlo, una currante nata, cómo ayuda a sus hijos en lo que puede… en fin, un encanto de mujer con la que me encanta encontrarme. Sólo el hecho de verla caminando me alegra, porque quiere decir que sigue activa, que aún se mueve, y el movimiento es vida. Ella es un ejemplo de algo que comento mucho con mis pacientes, hay que moverse, el cuerpo no está diseñado para estar todo el día sentados con la vista clavada en una pantalla (móviles, tablets, ordenadores, televisión…). Antonia confiesa que su cuerpo le pide moverse, y, aunque a veces tenga que pararse un poco por sus problemas de espalda, en épocas más agudas, procura hacer un poco de todo, pues el movimiento alivia sus molestias y la mantiene ocupada, así está más animada, más entretenida y más sana. Entiende, como comentamos algunas veces, que cuanto menos se mueva, más dolor, menos movimiento… algo que puede convertirse en un bucle que conduce de forma irremediable a la discapacidad. Es una alegría que una persona con más de 80 años que ha trabajado tantísimo a lo largo de su vida tenga esta mentalidad, y no diga “Ea, pues yo ya al sillón a ver la tele, que he trabajado bastante”. Pensando en ella, me vienen a la cabeza algunos otros ejemplos de la época en que trabajaba en geriatría en una Unidad de Estancia Diurna, donde había todo tipo de casos; ancianos súper-activos, que se apuntaban absolutamente a todas las actividades que proponíamos desde el departamento de Fisioterapia, y otros a los que prácticamente había que obligar a hacer el más mínimo movimiento. Hay veces que las personas nos damos por vencidas, no queremos saber nada más del mundo, simplemente ver pasar el tiempo, y en estos casos, pienso que hay que hablar, intentar convencer, pero no se puede imponer nada al otro, hay que respetar la voluntad de cada cual. Para mí, Antonia es un encanto, pero, sobre todo, un ejemplo, y espero que lo sea también para los que leéis estos textos que escribo.

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