ALGUNOS APUNTES SOBRE EFECTO PLACEBO, NOCEBO Y CULTURA

En la entrada de hoy me gustaría reflexionar un poco sobre dos conceptos contrapuestos pero profundamente relacionados, como son el placebo y el nocebo. Estoy segura de que has oído hablar mil veces sobre efecto placebo, pero sobre el otro no tanto, ¿verdad?. El proceso terapéutico es una cuestión altamente compleja, y los efectos placebo y nocebo son elementos que afectan directamente al resultado de los tratamientos (que recibimos como pacientes o aplicamos como terapeutas). En primer lugar, tenemos el más conocido efecto placebo. En investigación, se habla de un placebo cuando se da una sustancia sin ningún principio activo (que en principio carece de acción curativa) a un grupo control sobre el que se está investigando. Este tipo de acciones se realizan en ensayos clínicos, para comparar los resultados con un grupo al que se está dando cierta medicación. Es decir, la sustancia placebo se utiliza para evaluar la efectividad de un medicamento. A pesar de ser sustancias sin valor terapéutico alguno, en ocasiones producen resultados positivos. Además de sustancias, se puede realizar algo parecido con otro tipo de terapias no farmacológicas. ¿Es ética esta manera de proceder? Juzguen ustedes mismos… De la sustancia placebo se derivaría lo que conocemos como efecto placebo, que está directamente vinculado con la sugestión, las creencias y expectativas simbólicas de los pacientes con respecto a la terapia. El efecto placebo es la mejoría o curación mediada por la creencia en lo beneficioso del método o técnica empleado. Ejemplos fáciles: si una persona cree profundamente que determinado medicamento es bueno, lo más probable es que mejore al tomarlo. A veces basta con que la persona piense que está tomando un medicamento para que haga efecto (por ejemplo, una abuela a la que se le acaba cierto medicamento contra el dolor y sus hijos le dan un placebo, como una pastilla de sacarina, porque se les ha terminado, hasta poder acudir a la farmacia al día siguiente, y aún así, la abuela se siente mejor, sólo por haber tomado “la pastilla”. Esto es similar a lo que ocurre en los ensayos clínicos, los pacientes que toman una sustancia placebo no lo saben. Esto puede ocurrir también en fisioterapia y otras terapias. Sabemos que no hay evidencia científica sobre el uso de determinadas técnicas, y sin embargo hay personas que mejoran mucho su calidad de vida al someterse a determinados tratamientos, y esto es gracias, fundamentalmente, al efecto placebo. La cuestión de las expectativas simbólicas es sumamente interesante desde el punto de vista sanitario, pero, sobre todo, antropológico. La educación, las creencias y las conductas sobre salud / enfermedad son constructos sociales, tanto es así que varían en función de culturas y épocas históricas, pero incluso de una familia a otra, aunque haya enfermedades que en su base biológica sean iguales en todas partes. Como podéis imaginar, la sociedad y la cultura son básicas a la hora de otorgar significado (de los que se desprenden conductas) a estos procesos, no vamos a encontrarnos con enfermedades como la anorexia nerviosa en regiones de hambruna en el mundo, y, del mismo modo que existen diversas formas de enfermar, existen también diversas formas de curar. Un ejemplo de todo esto es la excesiva medicalización que sufren las mujeres en las sociedades occidentales durante todo su ciclo vital, pero especial mención merece el embarazo, que ha quedado totalmente controlado y patologizado por el sistema biomédico (recuerdo que el embarazo no es ninguna enfermedad, aunque lo parezca, es un estado natural), y es sólo un ejemplo, pero sólo centrándome en el sexo femenino, podría poner muchos más. A este tipo de control sobre los cuerpos se refería el gran filósofo francés Michel Foucault cuando hablaba de biopoder. El embarazo y el parto no se conceptualizan así en todas partes; recuerdo, de la asignatura Antropología de la Salud, una de mis favoritas por razones obvias, un texto maravilloso del famoso Claude Lévi-Strauss sobre la eficacia simbólica que narraba la resolución de un parto complicado a través de unos cánticos del chamán en los indios cuna. Pero con esto no estoy queriendo decir que nos vayamos a ir ahora a parir al campo con el curandero más cercano, aclaro por si acaso (sigo pensando que en el punto medio está la virtud). Siguen siendo ejemplos de hasta qué punto es importante la cultura en la manera de vivir nuestros procesos vitales de salud / enfermedad. Pero sobre esto podemos volver otro día. Con respecto a, por ejemplo, terapias energéticas, curanderismo, bálsamos milagrosos, o ponerte un emplasto de moscas machacadas que por ósmosis curan la calvicie (por inventarme algo), etc., ocurre lo mismo, si uno cree en su eficacia probablemente obtendrá beneficios de su uso. Pero esto ocurre con cualquier terapia. No pretendo en esta entrada demonizar el efecto placebo, pues en el campo de la salud es muy usado (directa o indirectamente) y no hay que subestimar su poder. El problema es cuando hablamos de enfermedades graves, y los pacientes abandonan los tratamientos estandarizados para abrazar vete a saber qué terapia, lo que puede acabar en desgracia. Pero este es otro debate. A veces el efecto placebo tiene que ver con el médico o terapeuta que te trata. Hay profesionales de tanto renombre que quedan revestidos de cierto efecto placebo, pero a veces ocurre lo contrario, ¿no te ha pasado nunca que vas a un pedazo de profesional –pongamos fisioterapeuta, ya que estamos- pero hay algo que no termina de cuajar…? A veces simplemente no conectas con el profesional y esto prácticamente invalida el efecto del trabajo realizado, increíble, ¿verdad? De este último ejemplo se puede desprender el efecto nocebo, justamente lo contrario al placebo, es decir, la experiencia negativa que puede derivarse de la creencia de que un remedio, fármaco o terapia no va a ser efectivo, o incluso puede ser negativo para la salud. Ejemplo práctico, frase de paciente: el médico me ha mandado tal tratamiento, y lo voy a seguir, pero eso no sirve para nada. Pues bien, en este caso, por mucho antiinflamatorio o lo que sea que contenga el tratamiento, por mucha evidencia científica que tenga o por bien indicado que esté, probablemente no va a surtir el efecto deseado. Otro ejemplo: yo nunca me voy a curar, yo voy a estar enfermo siempre, estos ejercicios que me mandan no sirven…. Esta actitud, frecuente en algunos casos de dolor crónico, determina la experiencia de dolor de esa persona y además actúan como efecto nocebo. Son solo algunos ejemplos del poder de los pensamientos, en este caso, negativos, sobre salud, enfermedad y tratamientos. Con estos ejemplos parece que va quedando clara la importancia de nuestras creencias a la hora de llevar a cabo cualquier tratamiento de salud, porque pueden llegar a determinar los resultados. Vemos, por tanto, que la enfermedad no es una condición estrictamente biomédica, sino que es el resultado de la interacción del cuerpo –bio-  con elementos de índole psico-social. Es un tema complejo y muy interesante, que daría para muchísimo, e intentaré escribir de vez en cuando sobre este tipo de conceptos, esperando que os resulten de interés.

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